La llave de Capricornio | Letras de Tania

Fernando caminaba a su casa, hablando solo como siempre. La gente que lo veía en las calles lo había tomado como el loco de la colonia, como aquél que sólo se siente satisfecho hablado con "lo que sea" que lo estuviera acompañando en todo momento. 

Lo que no sabían, era que hablaba para Capricornio, al que sus parientes más cercanos se referían como su "amigo imaginario", pero que él podía ver con mucha claridad en todos lados, siguiéndolo como si fuera un guardián. 

—Déjame explicarte algo, Fernando. Todos andan buscando una llave en esta vida, aquella que les dé acceso a lo que realmente desean, a lo que quieren alcanzar, a todo aquello que promete llenarlos de satisfacción —dijo el ser, con voz susurrante—. Sin embargo, conforme crecen, se dan cuenta de que esa llave realmente no existe de la forma en la que la buscan, ni que tiene la forma que imaginan. La llave tiene que hacerse, forjarse, tallarse, armarse.

Necio como era, Fernando seguía brindando argumentos para explicarle a su acompañante que él creía haber hallado la llave de su felicidad, y que era cosa del destino encontrar justamente la que resultaba adecuada para él. 

—No sabes casi nada sobre la demás gente porque siempre te la pasas persiguiéndome. Por eso no conoces a las demás personas. 

—Tú eres el que no entiende. Yo sigo vagamente a todos los que nacen bajo mi signo. Que tú seas el sensible y puedas verme, es algo muy diferente. 

Siguieron discutiendo así unos minutos más hasta que Fernando, decidido a cerrarle la boca a su compañero, lo guió hasta un parque en donde ambos se sentaron a mirar pasar a las personas. 

—Esperemos aquí, y verás de lo que hablo —dijo el hombre, muy decidido. Capricornio resopló, e hizo caso. 

Llevaban unos quince minutos ahí sentados, cuando pasaron platicando un grupo de chicas. Entre ellas, una que miró con curiosidad reiterada a Fernando. Tanta fue la atracción, que se detuvo en seco. 

—Es ella, ¿la ves? La llave de mi felicidad. 

Capricornio iba a responderle que había rebasado sus acostumbrados niveles de terquedad y fantasía, cuando se dio cuenta de que la chica lo miraba a él de reojo. Y no era todo: junto a ella, otra mujer con un vestido muy largo proveniente de otra época, también los miraba a los dos, y murmuraba cosas al oído de la chica común y corriente, que sólo asentía y sonreía, sin dejar de mirarlos. 

Las dos se miraron una a la otra, como dándose consejos mudos de apariencia, y caminaron lentamente hacia ellos. Viéndolas aproximarse, pudo notar que sin duda se trataba de Virgo, acompañando a una chica nacida bajo su signo, justo como él lo hacía con Fernando. 

La electricidad inundó el cuerpo de Capricornio; juntó sus manos-patas para aparentar una pose más gallarda, y sonrió para sus adentros. 

—Tal vez, solo por esta ocasión, te dejaré tener la razón.


Ilustrador: Fer 

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